viernes, 5 de noviembre de 2010

Hacerle trampas al sol

El sol y yo no nos llevamos bien.
Quizás se deba al hecho de que estoy enamorada de la luna.
Ayer salí con  la luna después de estar un día entero esquivando al sol. No me gusta su compañía, es arrogante y presuntuoso. Parece haber nacido para perturbarlo todo. Él es el culpable de que el trabajador tenga que interrumpir todos los días su merecido sueño para ver a un jefe tan odiado como el propio sol; por su culpa la mejor noche jamás deseada dice siempre adiós; debido a él, los amantes deben finalizar su encuentro. ¿Cómo es posible que ese sol sea tan impertinente? Él está ahí siempre, arriba del todo, deslumbrándonos con hirientes rayos que taladran mis ojos. Unos ojos sensibles a su afán de poder.

En cuanto a la luna, ya se lo pueden imaginar. La luna es amable, te protege, se queda contigo en las noches más frías, no se ríe de ti, te mima y te observa dormir o hacer el amor.
Ella tiene un color que ninguna piel humana podrá algún día adquirir, puede que eso le haga ser única. Sus fogonazos no tienen comparación, son delicados y atrayentes, y , dependiendo del momento, te incitan a tantas cosas...Te incitan a no parar de bailar, aunque sea por las calles; te incitan a contemplar tu ciudad con ojos poderosos, eso es, te dan poder; te incitan a soñar con todo aquello con lo que nunca has podido tener o ser; te incita a llamar a esa persona, te incita a desear y a querer. La luna es tan especial...

Pero este maldito sol no, el se encarga de desvelarme y despertarme. Sigue haciéndome despertar, me devuelve a una cruda realidad. ¿Cómo puede hacernos eso?. En fin, no queda más que o acostumbrarse a su molesta presencia o a seguir esquivándolo mientras espera la llegada de la noche: con esa Luna y con su comparsa de estrellas. Para volver a empezar, para volver a soñar... hazle trampas al sol.

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