miércoles, 19 de enero de 2011

Mi propia Montaña Rusa

Me encuentro a los pies de una deleitante montaña rusa. Está esperando a que monte en uno de sus carritos y me deslice por sus engranajes, por sus mecanismos, por su vía: arriba y abajo, vueltas y más vueltas, a un lado y a otro.

Me decido eufórica y compro mil fichas que me salen del alma, porque el precio de la diversión a veces (más bien casi siempre) sale más caro de lo que te piensas. Pero me da igual, ya lo he decido, voy a sentarme la primera, quiero disfrutar de mi montaña rusa, no voy a pestañear: podría perderme lo que me espera.
¡Qué bien! No estoy sola, se han sentado detrás de mí caras familiares, rostros inquietos como el mío, que me acompañan en esta aventura y gritan conmigo, dándome aire para que a mí no me falte la voz.

Y esto empieza y las ganas se mezclan con la ilusión y comienza y…¡Joder! ¡Esto es increíble! ¡Qué momento el mío! Estaba subiendo por una dura cuesta llena empujones y golpes y por fin estoy en lo más alto. Vaya que gusto da tocar el cielo con los dedos y ver como se distingue a gente menuda, homogénea, seres que están por debajo de ti y que no significan nada –ni tan siquiera una patada en el ojo-.

Pero… ¿Qué es eso? La adrenalina corre por mis venas, mi piel está enfurecida, tiemblo, desciendo deprisa –más deprisa incluso que cuando ascendía-. Y de repente distingo a esos seres, me miran con cara de asco. ¿Por qué me miran así? Yo solo quiero pasarlo bien; es posible que no les guste que yo esté contenta y ellos simplemente se hayan quedado en tierra. Pero da igual porque esto no para, en realidad todo sucede deprisa: una y otra vez.

Asciendo y desciendo igual que lo hace cualquiera en su montaña rusa particular, disfruto del momento, me dejo llevar. A veces cojo aire, me da miedo que se me acabe, pero siempre tengo el suficiente para gritar. No siempre estaré arriba del todo, la felicidad es efímera, como la vida misma, como mi montaña rusa. Habrá veces que caiga en picado, estaré casi en el suelo, temblando porque no quiero caerme –levantarme suele dar pereza-. Pero eso da igual, ¿de qué sirve tenerlo todo si no vas a luchar por ello? Es tontería: una cosa merece la pena si realmente has luchado por ella. La felicidad es el bien más preciado y muchos hasta saltan por encima de los buenos para arrancársela; pobres infelices, no saben que la felicidad solo les llega a los que saben ser felices.

No me sirve en absoluto esperar a que el carrito que me lleva se pare y me indique que es el fin del trayecto, que se acabó lo bueno. Para nada, tengo fichas de sobra para comprobar cual es el trayecto que mejor me lleva por mi atracción favorita, tengo mil posibilidades. Esto no ha hecho más que comenzar, y yo no pienso perdérmelo por esos que me miran desde abajo. Que se hubieran montado conmigo.






Como bien me dijo una bellartista especial: "Basta tocar el fondo para coger impulso". Que tú lápiz jamás se canse de ti, gracias.

-me voy un rato a reírme con personas que se han convertido en musas, que hacen que no pierda ni un día en este trayecto.

lunes, 17 de enero de 2011

La pared, la pasión y la mente.

La pasión es la mayor flaqueza del ser humano y es sin embargo, tan apetecible como una mera amistad o como el amor en sí. Es posible que la pasión, llegados a un punto pueda con la mente, y nuestros deseos nos cieguen.
Pero es entonces cuando todos debemos contar hasta diez. No se trata de reprimir un golpe contra la pared, sino de transformarlo en cualidades que te hagan diferente, para darte cuenta así, que aunque golpees la pared, sólo tú saldrás sufriendo, que tu puño quedará reducido a la mínima expresión, y que la pared quedará intacta y con más ganas de frenarte los pies.
¿Qué es preferible? ¿Golpear una pared o abrir en ella una grieta para poder escapar de su control? La respuesta está en la inteligencia. Es ahí donde los seres humanos nos diferenciamos. Lo propio del ser estúpido es ir a lo más fácil, es golpear una pared sin más instrumento que tus manos, realmente estúpido: la pared no va a tener más que el eco provocado por los golpes.
Lo propio del ser inteligente es lo que todos ansiamos para protegernos del dolor, y es la indiferencia. Porque somos nosotros quienes tomamos nuestras decisiones y los que decidimos golpear, ignorar, o mostrar indiferencia. No es lo mismo ser ignorante que indiferente. La clave de la indiferencia es que darse cuenta de que la pared existe: es un muro que te condiciona, que te está frenando y que te está cortando las alas.
 ¿Derribarlo? Por supuesto, pero con picardía. Observa que esa pared sea débil o más fuerte de lo que piensas. Comprueba si realmente está hueca, -porque las paredes huecas son las más obvias- ; mira si tiene fisuras, comprueba si entra o sale aire. Si ya te has dado cuenta de todo eso, ve rompiéndola trocito por trocito. Y cuando su estructura esté mermada y encerrarte ya no sea una opción, simplemente bastará un simple toque…
Y la pared caerá rendida a tus pies, y tú te encargarás de pisar tus escombros y ser libre.

Moraleja: me encanta dejarme llevar por las pasiones, pero en cuestiones que requieren inteligencia, no pienso usar solo mis manos para escapar.