Mi
casa es un paisaje colgado de una montaña. Pende de un hilo entre casas y
cicatrices. Duerme en el regazo de dos caminos llenos de lágrimas.
Mi casa deja que el
aire roce sus cuatro costados. Es un hogar frío, pero lleno de lumbre. Mi casa tiene caminos que llevan a ninguna parte. Es un laberinto de paseos, rodeado de casas incrustadas
entre rocas. Mi casa no tiene mar, ni altos edificios. Es pura y sencilla.
Minúscula y estrecha.
Tiene cuestas para tener despejados los cinco
sentidos. Mi casa es un suelo empedrado y un abismo profundo. Desde mi casa se
ve el sol despuntar entre ramas y cantos rodados. Es una cascada de ventanas
iluminadas y luces diminutas, pero incandescentes. Mi casa tiene secretos
encantados, puertas escondidas y balcones endiablados. Cuando vengas a mi casa
tienes que saber que vivo entre dos ríos que siempre enseñan algo nuevo. Cuando
entres en las calles de mi casa desearás perderte y no encontrarte. Sabrás que
tengo plazas llenas de locuras de estudiantes. Si miras por la ventana de mi
casa verás que las rocas tienen alma y que lloran lagos cristalinos donde no
hay sed, sólo calma.
Mi casa está llena de escaleras para subir a sitios
prohibidos. Tiene sendas que nadie conoce, donde puedes ver el mundo rendido a
tus pies. En mi casa sólo se escuchan dos cosas: el viento que te susurra y el
reloj que marca siempre la deshora.
Si vienes a mi casa, podrás ver paraísos
iluminados, verás vida entre las costuras de sus callejones. Si vienes a mi
casa, no necesitarás otro vehículo más que tus pies para desandar las penas.
Es un patio acogedor para mirar al cielo sin ver
más que la luna. Mi casa está encantada, está llena de magia, que sólo
controlas si te pasas por aquí.
Y cuando te marches, te presente que mi casa te
acompañará allá donde vayas. Porque, por alguna razón, siempre te colgarás de
ella y ella siempre estará colgada de ti.
Mi casa, ¿aún no lo sabes? Mi casa es la Ciudad
Encantada.
Mi casa es Cuenca.