martes, 13 de diciembre de 2011

Las utopías del milenio

En algún lugar del edificio principal de las Naciones Unidas, un secretario le habrá comentado a otro que el 2015 está a la vuelta de la esquina. Para un ciudadano de a pie como nosotros, este parece un comentario algo trivial ¿por qué el 2015? Sin embargo, para un embajador de la ONU, el hecho de que ese año esté a la vuelta, es más un recordatorio de unas tareas marcadas en el calendario de 1990 para ser cumplidas antes de 2015. Estas han sido calificadas coloquialmente como Los Objetivos del Milenio, y que, por decirlo de alguna manera, se resumen en conseguir erradicar las maldades del mundo.
Esta idea tan global y a la vez tan utópica, parece entenderse como la solución final contra el hambre, la pobreza y en general, la brecha divide al mundo en dos mitades. Todo realizado a través del cumplimiento de una serie de metas marcadas por la ONU que deben alcanzarse antes de 2015.
La sociedad que no es conocedora de estas metas ha de saber que se dividen en ocho objetivos que se resumen en: erradicar el hambre y la pobreza, conseguir una educación primaria universal, igualdad entre géneros, reducir la mortalidad infantil, mejorar la salud materna, combatir el SIDA entre otras enfermedades, garantizar el sustento del medio ambiente y fomentar una asociación mundial para el desarrollo. Previstos estos objetivos, se lanzan varias preguntas al aire: ¿Cómo lo están haciendo? ¿Es posible que se lleguen a cumplir estos objetivos? Al paso que vamos, parece imposible realizar estos objetivos, o al menos en su mayoría. El primer objetivo, el de erradicar el hambre y la pobreza parece ser el más difícil de realizar. Se sintetiza en la idea de reducir a la mitad el porcentaje de personas que subsisten con un dólar al día, alcanzar un empleo digno para hombres y mujeres, y reducir el hambre. Analizando esta cuestión podemos sacar en claro que estos problemas se han agravado mucho más con la crisis económica en la que se encuentra el “primer mundo”. En la actualidad, los gobiernos del hemisferio norte están demasiado ocupados sacando a sus naciones de la crisis como para preocuparse de un problema que ha estado allí siempre y por el que nunca han puesto el empeño suficiente para erradicar. En 2010, gracias a esta crisis económica en torno a 64 millones de personas en África Subsahariana, Asia Oriental y el Sudeste Asiático han llegado a rozar los límites de la pobreza extrema, lo que demuestra que los que intentaban reducir la pobreza, no han hecho más que empeorarla. No se trata de una simple crítica a los gobiernos, ya que las cifras demuestran que hoy en día en África subsahariana alrededor de 1000 millones de personas sobreviven con menos de un dólar al día. Esto plantea un problema muy serio con respecto a la meta fijada de reducir esta cifra a 420 millones.
 La desigualdad en el reparto de la riqueza es palpable, tanto dentro del interior de los países como en el resto. La corrupción en la política de muchos países africanos mengua los esfuerzos de muchas ONGs por hacer llegar ayuda humanitaria la esas poblaciones rurales hundidas en la pobreza. Por otro lado, las cifras demuestran que el hambre en el mundo, no sólo no se ha reducido, sino que aumenta día a día, ya que en la actualidad 800 millones de personas pasan hambre, y es trágico saber que uno de cada cuatro niños de países en vías de desarrollo pesan menos de lo establecido.


La mala alimentación propicia el deterioro continuo de salud que padecen millones de personas en países en vías de desarrollo. La friolera cifra de 24000 muertes al día por hambre parece no llegar a todas las conciencias. Quizás se deba a que hace diez años esa cifra era mayor, pero el hecho de que el 75% de esas muertes sean niños, puede que no suene tan alentador. Son diferentes los factores que conllevan a cifras tan altas, por ejemplo tan sólo el 10% de las muertes son por hambruna. Pero quizás se deba a factores más profundos como por ejemplo, lo que algunos han llamado “hambre oculta”, que no es sino la desnutrición y deficiencia de micronutrientes vulneran la salud de las personas y las hacen susceptibles a las enfermedades. Todos estos factores derivan otra vez en mala alimentación, lo que nos lleva de nuevo a la pobreza.
Muchos atribuyen las causas de la pobreza a la falta de recursos suficientes o por la existencia de compañías multinacionales que especulan con los recursos destinados o procedentes del tercer mundo. Sin embargo, Joseph E. Keckeisen, en su ensayo Las causas de la pobreza del tercer mundo establece una serie de causas que a su juicio, son los verdaderos factores de la pobreza, que se centran más en los modelos económicos y políticos de los países tercermundistas. Para Keckeisen, se trata de estructuras económicas obsoletas y deficientes con respecto al ideal de sistema político en la actualidad. Sistemas económicos, como los autárquicos, intervencionistas, mercantilistas que a los oídos de economistas de hoy suenen a prehistoria están aún vigentes en los países en vías de desarrollo. Dadas estas premisas, parece que una solución sería cambiar los sistemas políticos y económicos establecidos, tratándose así la base del problema, y contribuir así, a un cambio de mentalidad que está estancada.
La cuestión es ¿podía haberse evitado? Las generaciones de hoy en día hemos vivido siendo conscientes de que es una realidad, que existe y que parece no desaparecer, pero es una realidad apartada de la nuestra, como si no existiera solución al problema. La herencia histórica que se nos ha dejado, ha dado a entender que intentar poner solución es como hablarle a la pared. Pero sí de verdad tienen solución, no debería estar planificada para 2015, como han hecho. Puede que esto no deba haber sido un problema. Puede sólo sea intentar reparar un daño demasiado profundo creado por unas viejas naciones ambiciosas. A estas alturas, es tarde para intentar echar la vista atrás, es tiempo de buscar soluciones, pero no basta con pronosticar una cifra más pequeña para el 2015. Basta con hacer de una utopía, una realidad. Aunque en realidad, para eso aún falta tiempo.

¿Por qué lo llaman Objetivo cuando en realidad quieren decir Utopía?


miércoles, 13 de julio de 2011

La Crítica, ese espíritu abominable.

Sé con creces que en mi futura profesión –a la que espero dedicarme por entero- está de moda el pisoteo, el trabajo bien hecho disfrazado de mierda inservible y sobre todo, la punzante y odiosa crítica. Todos la odiamos, la crítica es temida incluso por el mismo miedo, porque es capaz de echar por tierra el proyecto mejor trabajado y las ganas más insaciables de imaginar cosas.

Pero odio la crítica porque ella misma se sirve de peones mal educados que se consideran semidioses o algo por el estilo y que se sienten lo bastante auto suficientes como para odiar asuntos de trascendencia titánica y simplemente considerarlos meras trivialidades. No sé si odio más a la crítica o a esos peones. Piensen que estos peones se disfrazarán de intelectuales que bien a veces se creerán humildes o simplemente admitirán tener esa gracia divina que les permita desechar o admitir cualquier cosa que no venga de ninguna parte de su mugriento cuerpo manchado de amargura y de odio. Quizás su comportamiento se deba a que guardan dentro de sí un cúmulo de arrogancia y desdichas personales que truncan con frecuencia su punto de vista. Muchos de ellos se encuentran ahora mismo en la cima, observándonos con lupa, escudriñando minuciosamente cada uno de nuestros movimientos para ¡ZAS! Tirarnos al suelo o quemarnos como si fuéramos hormigas. Me vuelven loca –aquí se ve-.

¿Creen que el Periodismo es sinónimo de crítica constante? Yo creo que no. Un periodista es una persona que trata de informar al mundo de la verdad –si bien es cierto que debe ser una verdad atractiva, guapa y, en resumen, la chica más guapa del baile-, no de objetar constantemente sobre cualquier cosa. No se trata de desechar la opinión de los demás como si fuese papel higiénico. Se trata de admitir en tu cabeza una diversidad de opiniones contrarias e iguales, y así formar tu idea, que es tan válida como otra cualquiera.
No puedo si no mostrar mi decepción hacia todas aquellas personas que se limitan a humillar la mente de los demás como si sólo su entendimiento y pensamiento rigieran este mundo. La crítica es una bicha –aunque Rosa Montero se refiriera a otro tipo de bicha en su artículo- que se mete dentro de nosotros y nos hace desprestigiar algo que ni tan si quiera nosotros hemos intentado hacer.


Aunque no me interpreten mal, no digo que en este mundo no haya cosas que nos sean criticables, es más, hay más de las que me gustaría admitir. Sólo opino que quizás los humanos estamos perdiendo demasiado el tiempo criticándonos los unos a los otros y no estamos haciendo lo que de verdad necesitamos para seguir adelante: cambiar.

lunes, 11 de julio de 2011

Prólogo

A veces nunca sabemos por qué ciertas acciones o ciertas decisiones nos llevan a consecuencias tan asombrosas y sorprendentes. Supongo que un alto porcentaje de la sociedad –normalmente laica o atea- achaca estos sucesos a meras coincidencias. Otros, más ingenuos supongo, miran al cielo y culpan a su correspondiente dios. Incluso los modernos o los más místicos admiten que todas esas ocurrencias tienen lugar gracias algún tipo de karma o destino. Sólo las personas más coherentes asumen toda responsabilidad de sus actos y concluyen con que todas y cada una de sus decisiones traen siempre consecuencias.

Yo, personalmente no sé qué a que achaco mi suerte. Probablemente sea una mezcla de todo lo nombrado anteriormente pero el caso es que algo hizo que siguiera el camino que escogí desde que era pequeña y dirigía mis propios Telenoticias y era redactora jefa de mi pequeño periódico local. Como mucha gente y sin intentar destacar, yo también decidí ser periodista desde que tuve uso de razón.

Sabía que no era tarea fácil. Un periodista no debe ser bueno, debe ser el mejor. Y yo, con mi modesta, vaga y vulgar personalidad no parecía inspirar muchas expectativas. Este hecho se reiteró en la Selectividad, con mi modesto, vago y vulgar 6,89, que me cerró todas las puertas a las veteranas, expertas y grandiosas facultades de Madrid. Y así fue como yo, por aquel entonces periodista frustrada, me vi realizado la carrera de Derecho, una carrera digna y de mucho beneficio, pero no para mí. A mi madre le agradaba más que a mí este hecho, ya que era una segunda meta asequible, cerca y con muchas salidas, no como Periodismo. Estas ilusiones se afianzaban con la posibilidad de seguir esa ligera tradición familiar –y digo ligera, porque apenas me roza- de dedicarme por entero a la abogacía.

Por suerte y para el bien de todos los juristas y de mi autoestima, jamás llegué a poner el pie en la Facultad de Derecho. Algo pasó: los planetas se alinearon, el karma me devolvió con méritos mis años de instituto o simplemente, un puñado de pre-universitarios prefirió seguir con clases magistrales en Madrid o Valencia, que estrenar facultad. Así que gracias a ese puñado de pre-universitarios, mi 6,89 dejó una puerta abierta, una puerta colgada de una Ciudad Encantada esperándome cargada de todas las sorpresas esperadas e inesperadas para un año que sería sin duda, el más sorprendente desde, por aquel entonces, mis 17 años de vida.

-Al fin y al cabo, ya estaba allí. Y esa oportunidad no debe tomarse tan a la ligera. Una cosa es clara, si estoy aquí es por algo, y sólo se me ocurre una meta en este camino: la competencia es inmensa, tus amigos te odiarán si te pones en medio, y tu vida se basará en letras, acontecimientos que luego serán noticias, un continuo ir y venir. Y por ahora he superado el nivel I. Ya no hay vuelta atrás. No hay mejor acontecimiento que tu propia vida.-

Continuará…

domingo, 1 de mayo de 2011

Mamitis

Dicen que la belleza de toda persona se encuentra más en su interior que en su apariencia. Si bien es cierto que este benevolente dicho es tan cierto como el paso de los años, pero quizás, existen ciertas excepciones que a nosotros, hijos, nos parecen guapas por dentro y por fuera. Sí queridos, hablo de las madres.
Hoy es el día de esas tiernas mujeres. No sólo lo dice Google, también los corazones de esos niños, jóvenes y adultos que lo sienten, que las quieren, a los que siempre les brillaron los ojos cuando sus progenitoras les sonreían o les daban un beso de buenas noches. Y no sólo eso: son aquellas que nos esperaban a la salida del colegio (y que lo seguirían haciendo si pudieran, en la universidad), las que nos gritaban desde el otro lado de la casa para que fuéramos a recoger nuestra habitación; las que nos decían “si no te lo comes hoy te lo comerás mañana”, “¿Crees que soy el banco de España?” etc . Sí, son esas personas tan adorables que aunque te tiraban la zapatilla con el objetivo de alcanzarte levemente, también son esas grandes mujeres que te sonreían cuando te preparaban tu comida favorita; las mismas supermamás que hacían a la vez todas las tareas de la casa habidas y por haber, te cuidaban y a la vez trabajaban a jornada completa y les daba tiempo a vivir.
Madres, esas mujeres entrañables que llevan dando la vida por sus niños sin pedir nada a cambio, bueno sí una sonrisa. Y hoy, a unos minutos antes de que acabe su día, debo decir algo: hoy no es su día y tampoco sólo lo fue ayer, como tampoco lo será sólo mañana: el Día de la Madre es hoy, ayer, mañana y el resto de los días del año. Porque ellas están ahí siempre, porque madre no hay más que una y porque para nosotros, siempre serán las más bellas personas que habitan el Planeta Azul.
Yo tengo una mamá, ella es preciosa y presumida. Es delicada y a la vez fuerte, porque es la que mejor aguanta el tirón de la casa. Sabe ser paciente y sabe escuchar. Es el único ser en este mundo que realmente tiembla cuando lloro y a quien le aumenta la adrenalina cuando sonrío con fuerza. Es la que mejor sigue mis pasos y la que intenta levantarme en mis fracasos. Es alguien perfecto, combina sonrisas y lágrimas, cultura e inteligencia. Y a parte de tanta perfección, tiene detalles que la hacen impresionante: desde un obligado e imperdonable beso por las noches, o una llamada a la residencia para saber qué tal me va, hasta un viernes sin clase y con sus ricos macarrones. Son los detalles los que hacen de las madres seres por encima de la media  de la perfección y en mi caso, Doña Aurora Boreal es la mujer de mi vida.
Sí tengo mamitis… y a mucha honra.
Gracias por ser mi mami GUAPA.

martes, 22 de febrero de 2011

Nuestra obra maestra y otros desastres


-Luces, cámara y acción. Aparecen unos títulos y da comienzo la película. La cámara se acerca, y muestra una gran ciudad llena de rascacielos. Son las 6 de la mañana y una joven de traje largo negro de Givenchy y un perfecto recogido por encima de su nuca se detiene ante el escaparate de Tiffany´s con un bizcocho y un café, soñando despierta-
(…)
-La misma ciudad es enfocada por las cámaras, llueve; escenario nublado. La joven, que esta vez viste una gabardina ya empapada corre y llora, creyendo no tener destino alguno. Pero va a buscar a su gato, porque es parte de ella, forma parte de su vida. Le sigue ÉL, que no la ha dejado escapar en ningún momento, que le ayuda a entender (…) Él y ella se encuentran ahora, están empapados y sin embargo, no les importa, porque el mejor beso habido en la historia del cine lo van a protagonizar ellos, bajo la lluvia-

Esta última, es mi escena favorita, mi escena de película fetiche. El momento cumbre de una extraña historia de amor. Pero como todos sabemos, nada es como en las películas. La realidad es ese objeto distinto, crudamente real y existente que nosotros, pobres humanos, intentamos camuflar con fantasías que alguna mente maravillosa nos ha mostrado en la pequeña o en la gran pantalla. Escenas descritas como las anteriores –no pondré fotografías porque deduzco que sabrán de qué se trata- son las que llenan nuestras ilusiones o nuestras esperanzas de motivos para creer en algo que ya habíamos idealizado.
Hoy me he puesto a reflexionar sobre lo real y la ficción, sobre el amor y otros desastres, sobre lo que merece la pena y lo que no. Me ha bastado tan sólo con ver una comedia romántica en el momento adecuado con la compañía adecuada. Y he comprendido que si queremos hacer de nuestra vida el mejor guión jamás escrito, no podemos crear escenas ya ideadas o momentos clave, porque alguien ya las creó para una ocasión determinada que nada tiene que ver con la vida real. Tal vez la escena de amor más bonita sea sólo una treta para hacernos creer que cualquiera nos va a dar un ardiente beso bajo la lluvia. Quizás debamos escribir un guión aparte.
Es saber distinguir ese concepto nada más. Que la vida real no es la típica comedia romántica que tanto te gusta ver, es un guión propio, en el que tú eres la máquina de escribir, que tus manos son tus medios y que tu mente es la fuente de todas las decisiones que decides tomar para que ese guión, sea digno de un Óscar. Que eres el protagonista de tu propia película es un hecho que todos conocemos.
Lo que ignoramos, es que la vida real y la ficción están en frente una de otra, pero que debemos crear nuestras escenas propias y dejar que los momentos ya creados por el cine sean un aliciente sólo para que sepamos continuar nuestra historia. Porque como dijo aquel genio, “la vida es una obra que no permite ensayos”. Debemos crear nuestra escena, nuestro momento, pero dándonos cuenta de una cosa: nuestra vida es nuestra mejor obra maestra, pero no debe ser confundida con la ficción, porque es al fin y al cabo, es tan real como la vida misma.

jueves, 17 de febrero de 2011

LEY SINDEmocracia

Este tema que nos ocupa, de manera tan polémica en la sociedad, es llamado vulgarmente “Ley Sinde”, debido al nombre de su precursora, Ángeles González Sinde, Ministra de Cultura. Sin embargo, es importante esclarecer este concepto: no se trata de una ley en sí. Se trata de una disposición, concretamente de la Disposición Final Segunda que forma parte de la Ley de Economía Sostenible, aprobada el 18 de marzo de 2010, siendo aprobada esta polémica disposición el 16 de febrero de 2011.
Desde un punto de vista objetivo, podemos decir que la “Ley Sinde” pretende ejercer como mediadora entre autores y consumidores en cuanto a la difusión de contenidos audiovisuales se refiere.
A efectos prácticos, esta ley supone una barrera en contra de la difusión de cultura a la sociedad. Esta posición detractora tiene distintos puntos de vista: por un lado, se establece una posición a favor de los autores, si bien es cierto que todo el mundo está de acuerdo en reconocer una obra de arte, así como valorar a su autor y que éste sea compensado, como cualquier trabajo bien hecho. Hasta esta afirmación está claro entonces, que mi posición es aparentemente partidaria. El peso recae sobre el segundo punto de vista que hace que me muestre detractora respecto a esta disposición y es cuando entran en escena (hablando irónicamente) los dos personajes más polémicos: el dinero y el poder. Esta ley ha sido cargada con un alto contenido político que hace cómo no, que gobierno y oposición se enzarcen en un debate continuo que no lleva a ninguna parte. Al fin y al cabo, esta ley tal vez no interese a los autores, pues tengo la convicción de que obtendrán de igual manera el mismo beneficio que hasta ahora. Creo que esta solución es una tapadera más para “sacar tajada” del asunto. Como siempre, el dinero es un bien ansiado por los que pueden, y me parece lamentable que se recurra a algo tan puro como la cultura para obtener beneficio. La música, las artes, son bienes que deben ser conocidos y compartidos en la sociedad, considero injusto que esta “ley” por ejemplo, suponga el cierre de páginas web que resultan útiles al público (especialmente el público joven), sólo porque los “grandes” quieran enriquecerse aun más con la obra de los demás. Me parece realmente hipócrita que se escondan detrás de un campo tan noble y puro como la cultura.
Para más inri me gustaría poner ejemplos más prácticos del día a día de una persona: hace unos años, una entrada al cine costaba alrededor de 3€. Hoy en día, los cines de barrio, donde los films no eran los últimos éxitos de Hollywood, sino de todo un poco, han sido sustituidos por multicines donde prima el comercio sobre el autor, lo que se vende sobre lo que gusta, y los 3€ que valía una entrada se han multiplicado: ahora vale 6 € (amén, que gracias al Carnet Joven vale 5,50€) y todo esto para ver películas donde se nos insta a pensar que la hipocresía de los “grandes” se disfraza de buenas intenciones y buenos propósitos, porque ellos “lo único que quieren es fomentar la cultura”. Permítanme, si no es indiscreción, acabar esta frase: “fomentar la cultura sí, pero a base de dinero y malicia”.

jueves, 3 de febrero de 2011

Salir Corriendo


Salió corriendo, corría y corría. No sabía exactamente por qué, sólo que lo necesitaba. Empezaba andando deprisa, aceleraba sus pasos e iba más deprisa. Cuando le apetecía, andaba más despacio y de vez en cuando, paraba, observaba su alrededor y seguía. Incluso en el trayecto también contemplaba el escenario que dejaba atrás tan deprisa, así como sus viandantes.
¿Estaba huyendo de algo? Ni tan si quiera ella lo sabía. ¿Estaba escapando? Sí, todos lo hacen de vez en cuando. Escapar es una opción realmente interesante. Se dice que escapar es de cobardes. Quizás se equivoquen, quizás no. Pero como se trata de una opción tan alentadora como cualquiera, no debe ser rechazada.
El caso es que siguió corriendo, pensando uno a uno en sus pensamientos, dedicándoles un mínimo esfuerzo uno a uno. Pero se dio cuenta de que no estaba contenta, intentó hallar la razón más obvia, pero no encontró solución alguna. Estaba en su camino, dejando que sus impulsos guiaran sus pies, eligiendo la velocidad que ella consideraba propia. Pero no se sentía mejor. En el fondo, sabía que algo no le estaba saliendo bien.
Y siguió y siguió...y no sé dio cuenta de que sus pasos le habían llevado lejos. El gélido aire amorataba sus labios y cortaba su rostro mientras que sus ojos comenzaban a nublarse. Se había hecho de noche, el frío había vuelto. Respiro muy hondo. No tenía abrigo.
Y tuvo que volver, su escapada había terminado.

miércoles, 19 de enero de 2011

Mi propia Montaña Rusa

Me encuentro a los pies de una deleitante montaña rusa. Está esperando a que monte en uno de sus carritos y me deslice por sus engranajes, por sus mecanismos, por su vía: arriba y abajo, vueltas y más vueltas, a un lado y a otro.

Me decido eufórica y compro mil fichas que me salen del alma, porque el precio de la diversión a veces (más bien casi siempre) sale más caro de lo que te piensas. Pero me da igual, ya lo he decido, voy a sentarme la primera, quiero disfrutar de mi montaña rusa, no voy a pestañear: podría perderme lo que me espera.
¡Qué bien! No estoy sola, se han sentado detrás de mí caras familiares, rostros inquietos como el mío, que me acompañan en esta aventura y gritan conmigo, dándome aire para que a mí no me falte la voz.

Y esto empieza y las ganas se mezclan con la ilusión y comienza y…¡Joder! ¡Esto es increíble! ¡Qué momento el mío! Estaba subiendo por una dura cuesta llena empujones y golpes y por fin estoy en lo más alto. Vaya que gusto da tocar el cielo con los dedos y ver como se distingue a gente menuda, homogénea, seres que están por debajo de ti y que no significan nada –ni tan siquiera una patada en el ojo-.

Pero… ¿Qué es eso? La adrenalina corre por mis venas, mi piel está enfurecida, tiemblo, desciendo deprisa –más deprisa incluso que cuando ascendía-. Y de repente distingo a esos seres, me miran con cara de asco. ¿Por qué me miran así? Yo solo quiero pasarlo bien; es posible que no les guste que yo esté contenta y ellos simplemente se hayan quedado en tierra. Pero da igual porque esto no para, en realidad todo sucede deprisa: una y otra vez.

Asciendo y desciendo igual que lo hace cualquiera en su montaña rusa particular, disfruto del momento, me dejo llevar. A veces cojo aire, me da miedo que se me acabe, pero siempre tengo el suficiente para gritar. No siempre estaré arriba del todo, la felicidad es efímera, como la vida misma, como mi montaña rusa. Habrá veces que caiga en picado, estaré casi en el suelo, temblando porque no quiero caerme –levantarme suele dar pereza-. Pero eso da igual, ¿de qué sirve tenerlo todo si no vas a luchar por ello? Es tontería: una cosa merece la pena si realmente has luchado por ella. La felicidad es el bien más preciado y muchos hasta saltan por encima de los buenos para arrancársela; pobres infelices, no saben que la felicidad solo les llega a los que saben ser felices.

No me sirve en absoluto esperar a que el carrito que me lleva se pare y me indique que es el fin del trayecto, que se acabó lo bueno. Para nada, tengo fichas de sobra para comprobar cual es el trayecto que mejor me lleva por mi atracción favorita, tengo mil posibilidades. Esto no ha hecho más que comenzar, y yo no pienso perdérmelo por esos que me miran desde abajo. Que se hubieran montado conmigo.






Como bien me dijo una bellartista especial: "Basta tocar el fondo para coger impulso". Que tú lápiz jamás se canse de ti, gracias.

-me voy un rato a reírme con personas que se han convertido en musas, que hacen que no pierda ni un día en este trayecto.

lunes, 17 de enero de 2011

La pared, la pasión y la mente.

La pasión es la mayor flaqueza del ser humano y es sin embargo, tan apetecible como una mera amistad o como el amor en sí. Es posible que la pasión, llegados a un punto pueda con la mente, y nuestros deseos nos cieguen.
Pero es entonces cuando todos debemos contar hasta diez. No se trata de reprimir un golpe contra la pared, sino de transformarlo en cualidades que te hagan diferente, para darte cuenta así, que aunque golpees la pared, sólo tú saldrás sufriendo, que tu puño quedará reducido a la mínima expresión, y que la pared quedará intacta y con más ganas de frenarte los pies.
¿Qué es preferible? ¿Golpear una pared o abrir en ella una grieta para poder escapar de su control? La respuesta está en la inteligencia. Es ahí donde los seres humanos nos diferenciamos. Lo propio del ser estúpido es ir a lo más fácil, es golpear una pared sin más instrumento que tus manos, realmente estúpido: la pared no va a tener más que el eco provocado por los golpes.
Lo propio del ser inteligente es lo que todos ansiamos para protegernos del dolor, y es la indiferencia. Porque somos nosotros quienes tomamos nuestras decisiones y los que decidimos golpear, ignorar, o mostrar indiferencia. No es lo mismo ser ignorante que indiferente. La clave de la indiferencia es que darse cuenta de que la pared existe: es un muro que te condiciona, que te está frenando y que te está cortando las alas.
 ¿Derribarlo? Por supuesto, pero con picardía. Observa que esa pared sea débil o más fuerte de lo que piensas. Comprueba si realmente está hueca, -porque las paredes huecas son las más obvias- ; mira si tiene fisuras, comprueba si entra o sale aire. Si ya te has dado cuenta de todo eso, ve rompiéndola trocito por trocito. Y cuando su estructura esté mermada y encerrarte ya no sea una opción, simplemente bastará un simple toque…
Y la pared caerá rendida a tus pies, y tú te encargarás de pisar tus escombros y ser libre.

Moraleja: me encanta dejarme llevar por las pasiones, pero en cuestiones que requieren inteligencia, no pienso usar solo mis manos para escapar.