miércoles, 13 de julio de 2011

La Crítica, ese espíritu abominable.

Sé con creces que en mi futura profesión –a la que espero dedicarme por entero- está de moda el pisoteo, el trabajo bien hecho disfrazado de mierda inservible y sobre todo, la punzante y odiosa crítica. Todos la odiamos, la crítica es temida incluso por el mismo miedo, porque es capaz de echar por tierra el proyecto mejor trabajado y las ganas más insaciables de imaginar cosas.

Pero odio la crítica porque ella misma se sirve de peones mal educados que se consideran semidioses o algo por el estilo y que se sienten lo bastante auto suficientes como para odiar asuntos de trascendencia titánica y simplemente considerarlos meras trivialidades. No sé si odio más a la crítica o a esos peones. Piensen que estos peones se disfrazarán de intelectuales que bien a veces se creerán humildes o simplemente admitirán tener esa gracia divina que les permita desechar o admitir cualquier cosa que no venga de ninguna parte de su mugriento cuerpo manchado de amargura y de odio. Quizás su comportamiento se deba a que guardan dentro de sí un cúmulo de arrogancia y desdichas personales que truncan con frecuencia su punto de vista. Muchos de ellos se encuentran ahora mismo en la cima, observándonos con lupa, escudriñando minuciosamente cada uno de nuestros movimientos para ¡ZAS! Tirarnos al suelo o quemarnos como si fuéramos hormigas. Me vuelven loca –aquí se ve-.

¿Creen que el Periodismo es sinónimo de crítica constante? Yo creo que no. Un periodista es una persona que trata de informar al mundo de la verdad –si bien es cierto que debe ser una verdad atractiva, guapa y, en resumen, la chica más guapa del baile-, no de objetar constantemente sobre cualquier cosa. No se trata de desechar la opinión de los demás como si fuese papel higiénico. Se trata de admitir en tu cabeza una diversidad de opiniones contrarias e iguales, y así formar tu idea, que es tan válida como otra cualquiera.
No puedo si no mostrar mi decepción hacia todas aquellas personas que se limitan a humillar la mente de los demás como si sólo su entendimiento y pensamiento rigieran este mundo. La crítica es una bicha –aunque Rosa Montero se refiriera a otro tipo de bicha en su artículo- que se mete dentro de nosotros y nos hace desprestigiar algo que ni tan si quiera nosotros hemos intentado hacer.


Aunque no me interpreten mal, no digo que en este mundo no haya cosas que nos sean criticables, es más, hay más de las que me gustaría admitir. Sólo opino que quizás los humanos estamos perdiendo demasiado el tiempo criticándonos los unos a los otros y no estamos haciendo lo que de verdad necesitamos para seguir adelante: cambiar.

lunes, 11 de julio de 2011

Prólogo

A veces nunca sabemos por qué ciertas acciones o ciertas decisiones nos llevan a consecuencias tan asombrosas y sorprendentes. Supongo que un alto porcentaje de la sociedad –normalmente laica o atea- achaca estos sucesos a meras coincidencias. Otros, más ingenuos supongo, miran al cielo y culpan a su correspondiente dios. Incluso los modernos o los más místicos admiten que todas esas ocurrencias tienen lugar gracias algún tipo de karma o destino. Sólo las personas más coherentes asumen toda responsabilidad de sus actos y concluyen con que todas y cada una de sus decisiones traen siempre consecuencias.

Yo, personalmente no sé qué a que achaco mi suerte. Probablemente sea una mezcla de todo lo nombrado anteriormente pero el caso es que algo hizo que siguiera el camino que escogí desde que era pequeña y dirigía mis propios Telenoticias y era redactora jefa de mi pequeño periódico local. Como mucha gente y sin intentar destacar, yo también decidí ser periodista desde que tuve uso de razón.

Sabía que no era tarea fácil. Un periodista no debe ser bueno, debe ser el mejor. Y yo, con mi modesta, vaga y vulgar personalidad no parecía inspirar muchas expectativas. Este hecho se reiteró en la Selectividad, con mi modesto, vago y vulgar 6,89, que me cerró todas las puertas a las veteranas, expertas y grandiosas facultades de Madrid. Y así fue como yo, por aquel entonces periodista frustrada, me vi realizado la carrera de Derecho, una carrera digna y de mucho beneficio, pero no para mí. A mi madre le agradaba más que a mí este hecho, ya que era una segunda meta asequible, cerca y con muchas salidas, no como Periodismo. Estas ilusiones se afianzaban con la posibilidad de seguir esa ligera tradición familiar –y digo ligera, porque apenas me roza- de dedicarme por entero a la abogacía.

Por suerte y para el bien de todos los juristas y de mi autoestima, jamás llegué a poner el pie en la Facultad de Derecho. Algo pasó: los planetas se alinearon, el karma me devolvió con méritos mis años de instituto o simplemente, un puñado de pre-universitarios prefirió seguir con clases magistrales en Madrid o Valencia, que estrenar facultad. Así que gracias a ese puñado de pre-universitarios, mi 6,89 dejó una puerta abierta, una puerta colgada de una Ciudad Encantada esperándome cargada de todas las sorpresas esperadas e inesperadas para un año que sería sin duda, el más sorprendente desde, por aquel entonces, mis 17 años de vida.

-Al fin y al cabo, ya estaba allí. Y esa oportunidad no debe tomarse tan a la ligera. Una cosa es clara, si estoy aquí es por algo, y sólo se me ocurre una meta en este camino: la competencia es inmensa, tus amigos te odiarán si te pones en medio, y tu vida se basará en letras, acontecimientos que luego serán noticias, un continuo ir y venir. Y por ahora he superado el nivel I. Ya no hay vuelta atrás. No hay mejor acontecimiento que tu propia vida.-

Continuará…