lunes, 11 de julio de 2011

Prólogo

A veces nunca sabemos por qué ciertas acciones o ciertas decisiones nos llevan a consecuencias tan asombrosas y sorprendentes. Supongo que un alto porcentaje de la sociedad –normalmente laica o atea- achaca estos sucesos a meras coincidencias. Otros, más ingenuos supongo, miran al cielo y culpan a su correspondiente dios. Incluso los modernos o los más místicos admiten que todas esas ocurrencias tienen lugar gracias algún tipo de karma o destino. Sólo las personas más coherentes asumen toda responsabilidad de sus actos y concluyen con que todas y cada una de sus decisiones traen siempre consecuencias.

Yo, personalmente no sé qué a que achaco mi suerte. Probablemente sea una mezcla de todo lo nombrado anteriormente pero el caso es que algo hizo que siguiera el camino que escogí desde que era pequeña y dirigía mis propios Telenoticias y era redactora jefa de mi pequeño periódico local. Como mucha gente y sin intentar destacar, yo también decidí ser periodista desde que tuve uso de razón.

Sabía que no era tarea fácil. Un periodista no debe ser bueno, debe ser el mejor. Y yo, con mi modesta, vaga y vulgar personalidad no parecía inspirar muchas expectativas. Este hecho se reiteró en la Selectividad, con mi modesto, vago y vulgar 6,89, que me cerró todas las puertas a las veteranas, expertas y grandiosas facultades de Madrid. Y así fue como yo, por aquel entonces periodista frustrada, me vi realizado la carrera de Derecho, una carrera digna y de mucho beneficio, pero no para mí. A mi madre le agradaba más que a mí este hecho, ya que era una segunda meta asequible, cerca y con muchas salidas, no como Periodismo. Estas ilusiones se afianzaban con la posibilidad de seguir esa ligera tradición familiar –y digo ligera, porque apenas me roza- de dedicarme por entero a la abogacía.

Por suerte y para el bien de todos los juristas y de mi autoestima, jamás llegué a poner el pie en la Facultad de Derecho. Algo pasó: los planetas se alinearon, el karma me devolvió con méritos mis años de instituto o simplemente, un puñado de pre-universitarios prefirió seguir con clases magistrales en Madrid o Valencia, que estrenar facultad. Así que gracias a ese puñado de pre-universitarios, mi 6,89 dejó una puerta abierta, una puerta colgada de una Ciudad Encantada esperándome cargada de todas las sorpresas esperadas e inesperadas para un año que sería sin duda, el más sorprendente desde, por aquel entonces, mis 17 años de vida.

-Al fin y al cabo, ya estaba allí. Y esa oportunidad no debe tomarse tan a la ligera. Una cosa es clara, si estoy aquí es por algo, y sólo se me ocurre una meta en este camino: la competencia es inmensa, tus amigos te odiarán si te pones en medio, y tu vida se basará en letras, acontecimientos que luego serán noticias, un continuo ir y venir. Y por ahora he superado el nivel I. Ya no hay vuelta atrás. No hay mejor acontecimiento que tu propia vida.-

Continuará…

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